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Uno de mis compañeros ancianos enseña en un seminario local. A veces me invita a enseñar sobre la preparación de sermones, la predicación y el ministerio pastoral. Durante una conferencia reciente, uno de los estudiantes me preguntó, “Si pudieras volver atrás y darte consejos a ti mismo cuando eras un predicador principiante, ¿qué te dirías?”.

He estado predicando desde hace más de 15 años. No sé si eso es tiempo suficiente para hacerme un predicador experto, ni si me permitir capacitar a predicadores novatos. Pero parece tiempo suficiente para pensar en qué consejo me daría a mí mismo si pudiera volver atrás en el tiempo.

Aquí están siete sugerencias para nuevos predicadores basadas en mi auto-reflexión, y también tomando en cuenta los nuevos predicadores en la última década y media.

1. Predica la Palabra.

Este primer consejo debe ser obvio, lo que probablemente significa que es fácil de olvidar y debemos repetirlo mucho: predica la Palabra. Dedícate desde el comienzo de tu ministerio a la predicación expositiva. ¿Qué es la predicación expositiva? Es cuando el predicador hace que la idea principal del texto sea la idea principal de su sermón para aplicarla luego a la congregación.

Al responder preguntas de los seminaristas, tuve la impresión de que muchos estaban luchando con esta duda: “¿Realmente voy a pasar 10 o 15 o 20 horas cada semana usando mi formación en el seminario para entender el significado del texto?”. Espero que lo hagan, y espero que tú también. Entre más tiempo pastoreo, más me sorprendo de cómo predicar la Palabra constantemente imparte una salud amplia y profunda a la congregación. Deja que la exposición regular sea el latido del corazón y la respiración que bombea el Espíritu que da vida a todo el cuerpo de Cristo, semana tras semana.

2. Confía en la Palabra.

Llevemos esto a un nivel más profundo. No te limites a predicar la Palabra. Confía en la Palabra.

Aun al practicar la exposición, tu corazón puede inclinarse sutilmente hacia otras cosas que afectan a la congregación. Podrías confiar secretamente en tu humor, edad, erudición, trasfondo, estilo, tecnología o tatuajes para ser lo que realmente llegue a la gente.

Si pudiera viajar en el tiempo y hablar con el yo más joven, me diría que dejara de tratar de ser tan divertido. Todavía utilizo humor hoy; es sólo parte de mi personalidad, pero ese humor sirve mejor al texto ahora. Dios me ha ayudado a superar mi temor al hombre y mi profundo deseo de agradar a la gente, y lo ha ido reemplazando con una mayor confianza en el poder de su Palabra para salvar a los pecadores y santificar a los santos.

3. Predica sermones cortos.

A veces aconsejo a predicadores jóvenes a dar sermones más cortos, de 25 a 30 minutos como máximo. ¿Por qué? Para que puedan aprender a encontrar la idea principal del texto.

Todos hemos escuchado a predicadores que divagan. Yo mismo he sido uno. Los habladores nos llevan por senderos a rastras y serpentean de un pensamiento o verso a otro, sin ningún tipo de estructura ni dirección clara. Si el pastor basa sus divagaciones del sermón un poco sobre la Biblia, la congregación podrá recoger pepitas de oro, si prestan atención pero pueden distraerse fácilmente y por educación parecer que prestan atención.

Al hacer sermones más cortos al principio, puedes disciplinarte para llegar a los puntos principales sin estancarte ni salirte del camino. Una vez que has desarrollado la capacidad de comunicar con claridad el mensaje del texto en sí mismo, entonces empieza poco a poco aumentar el tiempo de tus sermones. Comencé predicando unos 30 minutos y ahora predico cerca de 45, pero con los años he aprendido algunas de las habilidades retóricas necesarias para mantener a la mayoría de la congregación conmigo durante ese periodo de tiempo.

Tenga cuidado con la falacia de que los sermones más largos son, por definición, los sermones más fieles. A veces los sermones más largos son simplemente más dolorosos.

4. Habla como una persona normal.

Entiende lo que digan tus profesores de seminario, pero no hables como ellos. Habla como la gente de tu iglesia. No opaques tus sermones con la jerga teológica, bíblica e histórica que has aprendido en las clases bíblicas.

No estoy abogando por una predicación idiotizada: estoy instando a una predicación inteligible. Definitivamente predica verdades teológicas de peso, pero, por favor, explícalas. Si vas a hablar de la eficacia de la expiación sustitutiva penal de Cristo, explica a la gente lo que significa cada una de esas preciosas palabras teológicas, y hazlo utilizando el lenguaje llano de la gente común.

Para los seminaristas: piensen en esto como una homilética encarnacional.

5. Esfuérzate en la aplicación.

Los sermones de los pastores de nuevo cuño a veces pueden ser largos en cuanto al comentario bíblico y cortos en cuanto a la aplicación. El seminario nos enseña cómo hacer una exégesis del texto, pero, ¿cómo aprendemos a hacer exégesis de nuestro pueblo y de sus corazones? Me tomó un tiempo resolver esto.

Trabaja duro en el arte de la aplicación. Pasa tiempo durante la preparación de tu sermón pensando en las aplicaciones inherentes en el propio texto. Y no menos importante, conoce a tu gente. El amor es el secreto de una buena aplicación. Al amar más y más a tu rebaño y conocerlo de la forma en que un pastor conoce a sus ovejas, tus instintos de aplicación se agudizarán. No sólo predicarás un sermón bíblico, o harás aplicaciones bíblicas, sino que predicarás y aplicarás la Biblia a tu pueblo.

6. Obtén retroalimentación.

Nada va a mejorar tu predicación como la retroalimentación reflexiva. Sí, es alentador escuchar ese puñado de cumplidos semanal al estilo “¡Qué buen sermón!” mientras esperas en el vestíbulo después de un servicio de adoración. Pero también necesitas una cuidadosa crítica constructiva.

Si tienes otros predicadores calificados en tu personal de la iglesia o entre tus ancianos, o incluso miembros de la iglesia con entendimiento que no prediquen, pídeles una crítica con regularidad. Si eres el único pastor, haz amistad con otros pastores locales comprometidos con la predicación expositiva y evalúense entre sí. La fraternidad de pastores a la cual pertenezco escucha y critica uno de los sermones de alguno cada mes. Esta práctica resulta útil para todos nosotros. Yo no buscaba la retroalimentación de mi predicación en mis primeros días. Si pudiera volver atrás en el tiempo, me animaría a mí mismo a darle un lugar.

7. Sé paciente.

Finalmente, sé paciente contigo mismo. Date permiso para crecer. No hay sustituto para el tiempo en el púlpito si quieres encontrar tu voz, desarrollar tus habilidades y aprender de la experiencia de confiar en la Palabra y el Espíritu de Dios. Si no eres el pastor principal de tu iglesia, entonces encuentra algún lugar semanal para predicar y enseñar, como una charla al grupo de jóvenes, una clase de escuela dominical de adultos, o un culto de la tarde.

Mira tu predicación a largo plazo. No te ahogues en la desesperación porque escupiste una “bola de pelo” de sermón, o dos, o cinco. Sé humilde, rediseña, y vuelve a intentarlo.

Todos los predicadores jóvenes (y los predicadores más viejos) deben aferrarse a 1 Timoteo 4:13, 15: “Entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza . . . Reflexiona sobre estas cosas; dedícate a ellas, para que tu aprovechamiento sea evidente a todos”.

¿Captaste esa última frase? Dios nos está llamando a los predicadores a mostrar progreso a nuestras congregaciones, no perfección. Definitivamente no he dominado la predicación, lo que sea que signifique “dominar”, pero por la gracia de Dios he mostrado progreso en los últimos 15 años en la lectura de las Escrituras, la predicación y la enseñanza. Y por su gracia tú también lo harás.

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