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¿Has notado cuál es nuestra primera reacción cuando llega a nuestros oídos un sonido estridente? De manera natural que tapamos nuestros oídos, en un intento de protegerlos del ruido. Hasta cerramos nuestros ojos, como si eso nos ayudara a amortiguarlo o mitigarlo. De ser posible, salimos huyendo del lugar, con tal de escapar del ruido.

En 1 Corintios 13:1 Pablo nos dice “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe”. En otras palabras, si practico el don espiritual que Dios me ha dado, pero lo hago sin amor, he llegado a personificar el “ruido”.

¿Has escuchado sonar el instrumento llamado gongo? Es un disco de metal grande, utilizado usualmente por la cultura oriental, con un sonido resonante como un eco. Es ese instrumento al que Pablo llama “metal”. El siguiente video te puede ayudar a entender mejor lo que Pablo está diciendo.

¿Has oído el címbalo retiñendo, su sonido vibrante? Ambos instrumentos solo son agradables dentro de una pieza musical, pero tocados solos, molestan y hacen ruido.

¿Por qué hago tanto énfasis en el tema del ruido? Porque este versículo Dios lo usa para enseñarnos la reacción que tienen aquellos a quienes queremos ministrar con nuestros dones cuando lo hacemos sin sumarle el amor a ese don.

Es interesante ver cómo Pablo menciona el don de lenguas antes de mencionar los otros dones que describe en los versículos que le siguen. Me imagino que tendrá alguna relación con lo maravilloso y emocionante que resulta ver a alguien usar este don. Por lo que vemos en el contexto (cp. 1 Co. 12 y 1 Co. 14), en la iglesia de Corinto había un problema de mal uso y abuso de este don. Lo mismo pudiéramos decir hoy, donde una gran población evangélica aplaude y busca estas manifestaciones aparentemente sobrenaturales, pero al no estar acompañadas de interpretación, se va en contra de lo que enseña la Palabra (1 Co. 14:13; 27,28). En cualquier caso, y a pesar de lo maravilloso y sobrenatural, el Señor nos muestra a través de este versículo cuán molesto o destructivo puede llegar a ser el uso de un don espiritual ministrado sin la motivación de dar amor.

Hay una frase muy popular que dice: “A la gente no le interesa cuánto sabes hasta que le muestres cuánto te importan”.  Es decir, a la gente no le interesa que le muestres todos tus conocimientos de teología ni lo elocuente que puedes ser al comunicarlos; no le interesa que le hagas un análisis teológico de por qué Dios permite el sufrimiento o las disciplinas; no le interesa cuántas lenguas y manifestaciones sobrenaturales ocurren a tu alrededor, si no le muestras gracia, compasión o simpatía ante su dolor. Si no le muestras amor.

Si solo ejerzo el don y no le sumo amor, mis palabras no han ministrado: es como un címbalo fuera de una pieza musical.

Alguien dijo que el amor es el “sistema circulatorio” del cuerpo de Cristo, la Iglesia. Dios nos muestra la supremacía del amor ante los dones porque estamos llamados a mostrar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable, y Dios es Amor (1 Juan 4:16).

En conclusión, cuando el Señor te llame a ministrar a otro, procura expresar el amor de Cristo antes que desplegar tu don, no sea que esa persona al verte venir, cierre sus oídos y sus ojos y hasta intente irse del lugar porque le seas como metal resonante o címbalo que retiñe.


Una versión de este artículo fue publicado en Ministerio Ezer.
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