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Desde niña tuve una pasión ardiente por el evangelio y por alcanzar a los no alcanzados. Hace unos treinta y cinco años entendí que «la gran comisión» no es «la gran sugerencia», y que esta queda incompleta si no hay discipulado; es decir, si nos quedamos sin enseñar todo lo que Cristo enseñó (una vez escuché a un pastor comparar la falta de discipulado con tener un bebé y dejarlo morir de inanición). Así que muchos de mis primeros años en la fe fueron apasionados, orando y buscando el rostro de Dios y Su voluntad para mi vida.

No entendía el significado de ser «misionera», pero desde joven mi corazón ardía con el deseo de predicar el evangelio a toda criatura, con enseñar la Palabra de Dios y con adorar junto a creyentes con diferentes idiomas y culturas. Sin duda, me hubiera gustado saber en esa época muchas cosas que entendí y experimenté con el tiempo.

En la actualidad veo a jóvenes con la misma pasión ardiente, quienes no pueden esperar a salir al campo misionero, pero por diversas circunstancias están en espera o aún ponderando si este es su llamado. Es por eso que quiero compartirte esta carta con recomendaciones puntuales que me escribí a una «yo» más joven. Las siguientes son algunas lecciones que he podido aprender en mi peregrinar, siguiendo al Señor por las naciones.

Prioriza

Enfoca tu energía. Es muy fácil hacer de todo y padecer uno de los males de nuestra generación: la superficialidad.

Es muy bueno aprender una diversidad de habilidades, pero se hace necesario especializarse o ser bueno en alguna de ellas. Por ejemplo, si tocas piano, guitarra, percusión, vocalizas o ejecutas cualquier otro instrumento, no lo abandones hasta que puedas hacer uso del mismo para el servicio a otros. Recuerda que la música es un lenguaje universal y que te servirá para comunicarte con otros cuando el idioma represente una barrera.

Al igual que con la música, aprende a limpiar, a cuidar una casa, a lavar tu ropa, a gestionar un presupuesto personal y ministerial, a cocinar de forma saludable y con lo que tengas a mano. En adición, te recomiendo terminar la universidad, aprender inglés y obtener algún tipo de entrenamiento vocacional práctico. Esta puede ser no solo una excusa para entrar en algunos lugares, sino que también, cuando la situación lo requiera, una forma en que puedes ser un misionero bivocacional.

Conoce tu fe

El apóstol Pedro exhorta a los hermanos en la dispersión a estar firmes en sus convicciones:

Santifiquen a Cristo como Señor en sus corazones, estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes… (1 P 3:15).

Debemos estar firmes porque el acusador intentará traer dudas y cuestionamientos sobre los aspectos más básicos y vitales de tu fe: «¿Acaso dijo Dios…?», «¿Es Dios real?», «¿Está Dios conmigo?», «¿Me ama Dios realmente?», «¿Acaso hay una vida eterna?». Ni en tus sueños pensarías cuestionar estas cosas. Sin embargo, en lugares donde la oscuridad e ignorancia del evangelio es extensa, donde la predicación de la Palabra no adulterada y la sana doctrina son escasos, tu fe será probada.

No importa cuán firme crees estar, profundiza más en la Palabra, en la teología, en la memorización de las Escrituras y en cómo presentar el evangelio

Recuerda que si Satanás tuvo el atrevimiento de tentar al Hijo de Dios, ¿cuánto más no buscará tentarnos a nosotros? No importa cuán firme crees estar, profundiza más en la Palabra, en la teología bíblica y sistemática, en la memorización de las Escrituras, en la apologética, en entender distintas religiones y en cómo presentar el evangelio a personas de trasfondos culturales, educativos y de fe distintos al tuyo.

Sé humilde y siempre depende de Dios

Parece sencillo, pero no te será fácil. Tu orgullo te llevará a retardar el perdón, a no decir cuánto amas a tu familia ni dedicarles tiempo suficiente. Te llevará a no reconocer públicamente las virtudes en los demás y probablemente agrandarás sus faltas, aunque sea en tu interior.

Así que quítate la capa de Superman, porque no eres la salvadora de los perdidos. Solo eres una mensajera. Apúntales siempre al único que salva: Cristo Jesús.

Organiza tu vida financiera

No te metas en deudas. Aprende a vivir con mucho menos de lo que crees necesitar. Da para la obra misionera, y da un poco más de lo que has pensado. Sé generosa como Dios ha sido generoso contigo, porque este es un buen ejercicio para la piedad (1 Ti 4:7). Un día vivirás por fe, dependiendo de la generosidad de otros hermanos, mientras estás en el campo misionero.

Recuerda siempre ser agradecida

Da gracias a Dios, a los que te sirven, a tus líderes, a tus padres, a tus familiares, a los que te sostienen y ayudan, a los que oran por ti. Nada es merecido. Todo es por gracia y seguirá siendo así.

No desperdicies ninguna prueba, pues Dios no lo hace

Cada prueba y dolor por el que pases te acercará más y más a Dios y te ayudará a consolar a otros con el consuelo con el cual has sido consolada (2 Co 1:4). Recuerda que ningún dolor es para siempre. Llora y sé honesta con Dios en medio de tus pruebas. Reconoce Su carácter a través de tus lágrimas.

No temas a la soledad

La soledad es buena si te enfocas en Dios, si usas esos tiempos para mantenerte en silencio y meditar en la buena Palabra de Dios para corregirte, instruirte y animarte, a fin de ser edificada (2 Ti 3:16). Aprende a sacarle provecho a la soledad, porque el campo misionero puede ser muy solitario.

El ministerio está en las interrupciones

Cuando alguien interrumpa lo que planeabas o querías hacer, no te enojes. Ora y pídele a Dios que te ayude a ser como Jesús. Muchos de los hechos y enseñanzas de Jesús ocurrieron en medio de interrupciones (cp. Lc 8:41-48). Ellas te recuerdan que tu vida no se trata de ti ni de estar en control de tu agenda, sino de Dios y de Su soberanía.

Tu universidad no es tiempo perdido

¡No tienes idea de cuán importante es tener una educación formal! Puede abrirte puertas a los no alcanzados, puede darte temas de conversación para entrar en círculos cerrados, puede darte la oportunidad de ayudar a otros en tiempos precisos.

Tu universidad es un tiempo de preparación académica, pero también te prepara en cómo relacionarte con personas que piensan distinto a ti, en cómo lidiar con la competitividad en el mundo, y en cómo tratar con aquellos que detestan el cristianismo y se burlan de ti. Tu carrera universitaria también te puede ayudar a ministrar en un futuro a otros estudiantes del otro lado del planeta o en tu propia ciudad.

Cuida tu salud

Los viajes y el trastorno del sueño que producen los cambios de horario, clima, ambiente y alimentación tendrán consecuencias en tu cuerpo.

Recuerda que el descanso para la gloria de Dios también es adoración. Toma un día de reposo

Es tu cuerpo el que te permite alcanzar, hablar, abrazar, orar, construir en misiones. Cuídalo. Ejercítate. Come saludable. Mantén un peso estable. Aprende a escoger lo que comes. Si estás enferma, raramente puedes ministrar a alguien o cumplir la asignación que Dios te ha dado.

Además, recuerda que el descanso para la gloria de Dios también es adoración. Toma un día de reposo. Detente a oler las flores, a disfrutar del paisaje y a adorar a Dios por todo lo que ha hecho.

Ama

Ama a Cristo, a Su iglesia, a tu familia, a tus amigos, a los extraños que Dios trae a tu vida. No los veas como un proyecto, míralos como portadores de la imagen de Dios que necesitan el evangelio. No los mires como tus seguidores o una posible plataforma para tu ego.

En otras palabras, no te sirvas de las personas para mejorar tu autoestima o percepción de ellos, sino ámalos y sírveles como el Hijo de Dios vino —con amor no fingido, sincero y de todo corazón— a servir y no a ser servido (Mr 10:45).

Predícate el evangelio

Recuerda que eres humana y que vas a fallar. No vas a hacer todo lo que te has propuesto hacer para Dios, ni todo lo que sabes que Él ordena de ti. En esos momentos, recuerda a Cristo y Su cruz: tu identidad y tu gozo no están en lo que haces ni en quién eres. Están en lo que Él hizo y en quién Él te ha hecho. Tráelo a tu memoria una y otra vez.

Finalmente…

Recuerda que el mundo no te necesita a ti, necesita a Cristo

Cuando eres joven, puedes llegar a sentir que la salvación del mundo depende de ti y que necesitas hacer algo ya. Pero no te impacientes; confía en el tiempo perfecto de Dios. Esos años que pasarán entre tu llamado y el tiempo en que estés en el lugar al que Dios te ha llamado no es un retraso. No es un día más tarde ni más temprano que el tiempo que Él ha decretado para hacer Su obra, para Su gloria.

Recuerda que el mundo y el universo están en las manos de Dios. Mantente dispuesta a apuntar a Él y a reconocerlo en todos tus caminos (Pr 3:3-5).

Nota del editor: 

Actualizado en septiembre del 2023.

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