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Éxodo 7-8   y   Marcos 15-16

“Pero el corazón de Faraón se endureció y no los escuchó, tal como el SEÑOR había dicho”, Éxodo 7:13

Ahora entramos en el largo tiempo de negociaciones entre el Faraón y Moisés. Como hábiles negociadores, ambos tratarían de hacer prevalecer sus intenciones. Sin embargo, el elemento predominante en todo este proceso está en la actitud de Faraón, que la Biblia denomina endurecimiento del corazón. ¿Qué es esto?

Aunque en nuestras Biblias en español la palabra “endurecer” aparece con este solo término, en el hebreo existen tres acepciones para esta palabra. Literalmente significa “hacer duro, insensible, pesado, firme o tieso de tal forma que no se puede mover”. Justamente, toda dureza hace necesaria toda clase de negociaciones que pongan suavidad y capacidad de entendimiento entre las partes. Pero también sabemos que sacar a la luz una verdad o presentar un argumento que nos puede ser contrario puede producir un efecto adverso a un posible acuerdo.

Eso es lo que el señor sabía. Él tenía que demostrarle al Faraón que Él era soberano sobre toda criatura, y que no había nada ni nadie que lo supere o que lo vulnere. Por eso, Dios le dice a Moisés antes de empezar con las entrevistas: “Pero yo endureceré el corazón de Faraón para multiplicar mis señales y mis prodigios en la tierra de Egipto. Y Faraón no os escuchará; entonces pondré mi mano sobre Egipto y sacaré de la tierra de Egipto a mis ejércitos, a mi pueblo los hijos de Israel, con grandes juicios” (Éx.7.3-4). Esto significa que, por un lado, Dios es responsable del endurecimiento de Faraón porque, en primera instancia, las cosas que Dios tenía que decirle iban a destruir profundamente sus esquemas y le implicaba un sometimiento tácito al Poder de Dios. Pero, por otro lado, está la evidencia más allá de toda duda de los argumentos del Señor y la manifestación de su Poder, lo que debió haber generado una profunda reflexión en el Faraón y por consiguiente sujeción al Señor. Lamentablemente, esto no se dio, y generó en sí mismo su propia auto-insensibilidad. O como dice el dicho: “No hay peor sordo que el que no quiere oír”.

El endurecimiento del corazón se evidencia en cuatro oportunidades dentro del área de lecturas que hoy estamos revisando. En tres de ellas las manifestaciones sobrenaturales que corroboraban los argumentos de Dios fueron parcialmente igualadas por los sabios de Egipto, “Entonces Faraón llamó también a los sabios y a los hechiceros, y también ellos, los magos de Egipto, hicieron lo mismo con sus encantamientos” (Éx. 7:11). Siempre que Dios negocia con nosotros y nos invita a depender de Él, tendemos a llamar a nuestros propios `expertos´ para demostrarle al Señor que podemos hacer las cosas tan bien como las hace Él, y por consiguiente nuestro corazón, como el del Faraón, se endurece.

El corazón del hombre también se endurece en las negociaciones con el señor cuando simplemente no prestamos atención a la evidencia de nuestra realidad y desestimamos unilateralmente seguir dialogando con el Señor. “y el corazón de Faraón se endureció y no los escuchó, tal como el SEÑOR había dicho. Entonces se volvió Faraón y entró en su casa, sin hacer caso tampoco de esto” (7.22b,23). Es como dejar de hacer la vasija de barro a medio terminar para acabarla al día siguiente. Si no la completamos desde el principio se endurece y se queda imperfecta. Conozco tanta gente que decidió `darse un respiro´ en su búsqueda del Señor y ese mismo aire se convirtió en su `último suspiro´ espiritual.

Es triste decirlo, pero mucha gente también negocia con Dios positivamente solo cuando está sujeto al fuego de la prueba. Si hay una necesidad apremiante, están dispuestos a entregar el “oro y el moro”; pero en cuanto reciben lo que quieren, deslealmente rompen y olvidan toda negociación con Dios: “Pero al ver Faraón que había alivio, endureció su corazón y no los escuchó, tal como el SEÑOR había dicho” (Éx. 8:15). La ingratitud también es sinónimo de endurecimiento de corazón. Por eso es que habrá un momento en que todo diálogo fructífero con el Señor sólo demostrará que estamos en audiencia misericordiosa con el Señor de nuestras vidas, y que si podemos negociar con Dios es por el respeto que nos tiene y porque desea que tengamos claridad acerca de su amor y de sus deseos bondadosos para con nosotros. Llegará un momento, como sucedió con Faraón, en que no habrán `expertos´ que puedan hacer lo que sólo el Gran Rey puede hacer: “Y los magos trataron de producir piojos… pero no pudieron… Entonces los magos dijeron a Faraón: este es el dedo de Dios” (Éx. 8:18,19a). Allí el endurecimiento del corazón será más evidente, ya que no serán entonces los argumentos sino sólo la manifestación de nuestra obstinación y rebeldía ante nuestro Creador: “Mas el corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó, como Jehová lo había dicho” (Éx.8:19b).

Por último, la dureza del corazón se manifiesta cuando queremos que el Señor responda a `nuestra manera´ y no de acuerdo a su soberanía: “Entonces llamó Faraón a Moisés y a Aarón, y dijo: Id, ofreced sacrificio a vuestro Dios dentro del país. Pero Moisés respondió: No conviene que lo hagamos así… Y Faraón dijo: Os dejaré ir para que ofrezcáis sacrificio al SEÑOR vuestro Dios en el desierto, sólo que no vayáis muy lejos. Orad por mí” (Ex. 8.25, 26a, 28). ¿Cuáles son las razones para condicionar a Dios? Te pido que busques en tu corazón tus propias respuestas. “Él es Dios y nosotros sus criaturas” es la premisa básica de este diálogo, cualquiera postura en contrario es antinatural y destructiva. Amado Nervo decía: “Si Dios no existiese, el hombre, a través de los siglos, lo habría ya creado a fuerza de pensar en él”. No hay `opio´ en pensar en Dios como soberano porque el Dios de los cristianos se ha tomado mucho tiempo en revelarse y darse a conocer de manera total demostrando que nos ama y que desea nuestro bien. Alfred Edersheim, un teólogo inglés ya fallecido, dijo acerca del tema de la dureza del corazón: “Finalmente, la resistencia a Dios tiene que acabar sin duda con un juicio temible. Cada convicción de pecado eliminada, cada admonición apa­gada y cada oferta de amor rechazada, tiende a aumentar la falta de sensibilidad espiritual, y a provocar el final implicado. Es sabio y seguro prestar atención a las benditas influencias del Espíritu de Dios y abrir nuestros corazones a la luz de su gracia”.

Para los cristianos no hay mayor evidencia del amor de Dios que en la Cruz del calvario. Allí la humanidad, dura de corazón, le decía a Jesús: “Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:¡Bah! Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, ¡sálvate a ti mismo descendiendo de la cruz” (Mr.15:29-30). Pero la obra que Jesucristo realizó en la cruz tuvo un alto costo del que nunca dudó en pagar. Al ser el mismísimo Dios quien pagaría el precio por nuestras durezas es que su sacrificio puede ser válido para toda la raza humana. Creo que tenemos la idea novelada de un sacrificio romántico, producto de la traición de un amigo íntimo del Maestro de galilea. Sin embargo, Jesucristo nunca fue sorprendido por nada  ni por nadie: Él sabía lo que le pasaría, y dio pasos firmes para que todo sucediera. Más de 300 profecías en el Antiguo Testamento (que se terminó de escribir 450 años que Jesús viniera al mundo) ya hablaban de manera explícita de lo que a Él le sucedería. Siendo Él la vida, se entregó a la muerte, destruyéndola con su presencia y resucitando de entre los muertos. Esa vida poderosa nos es ofrecida por Él para que desde nuestra vida podamos vivir la poderosa Vida que puede vencer a la misma muerte. No dejemos que nuestro corazón se endurezca y si el Señor habla escuchemos sus razones que son vida para nuestra alma.

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