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Desde un país lejano: El viaje hacia Dios de un hijo gay‬‬‬

Tenía un secreto que mantuve oculto durante la secundaria, la universidad, e incluso cuando servía en la reserva del Cuerpo de Marina. Luego, cuando empecé a estudiar una maestría, dejé de mantenerlo en secreto.

‪Salí del closet.

‪Le di la noticia a mis padres y les dije: “Soy gay”. La noticia devastó a mi madre, que en aquel momento no era cristiana. Estaba enfadada y confundida, pero Dios lo utilizó para traerla hacia Él. A través de un pequeño folleto sobre la homosexualidad que compartía el plan de salvación, ella se percató de que, si Dios podía amarla a pesar de su pecado, entonces ella podría amarme a mí, su hijo. En pocos meses mi padre se convirtió en cristiano también.

Mientras tanto, yo pasaba la mayor parte de mi tiempo en clubs gay y comencé a experimentar con las drogas. Finalmente, llegó un momento en el que sostenía mi hábito vendiéndolas. Pensé que podía ser estudiante de día y traficante de drogas por la noche, pero tres meses antes de recibir mi doctorado, la administración me expulsó. Así que me mudé a Atlanta, Georgia, y me convertí en proveedor para otros traficantes en más de una docena de estados. Además, para mí significaba poco tener varios encuentros sexuales anónimos al día. Mis padres no sabían los detalles de mi vida, pero sabían que mi mayor necesidad era hacer de Jesucristo mi Señor. Junto con más de un centenar de guerreros de oración, mi madre comenzó a orar: “Dios, haz lo que sea necesario para traer este hijo pródigo hasta ti”. En su desesperación, mi madre ayunó todos los lunes durante siete años, y en una ocasión ayunó 39 días por mí.

‪Una oración contestada

‪Dios respondió su oración el día que abrí la puerta de mi casa a doce agentes federales antidrogas, a la policía de Atlanta, y a dos grandes perros pastores alemanes. Acababa de recibir un cargamento grande de drogas y estaba cargado con el equivalente a 9,1 toneladas de mariguana a precio de la calle. Con esa cantidad, me enfrentaba a una condena de entre diez años y toda la vida en una prisión federal.

Había empezado con un futuro brillante entre los mejores de la sociedad en el mundo académico, y ahora me encontraba en un pozo, entre los despreciados por la sociedad, en el centro de detención de la ciudad de Atlanta. Llamé a casa desde la cárcel y las primeras palabras de mi madre fueron: “Hijo, ¿estás bien?”. Sin condena, solo gracia y amor incondicional. Romanos 2:4 dice que: “la bondad de Dios nos guía al arrepentimiento”. Incluso en ese desgraciado día, Dios estaba derramando sobre mí su gracia irresistible, y atrayéndome hacia sí mismo a través de las palabras de mi madre. De hecho, mi madre estaba emocionada de recibir esa llamada porque no había llamado a casa en años, y ella sabía que, sin duda, esta era la respuesta de Dios a sus oraciones.

Tres días más tarde, encontré un Nuevo Testamento de los Gedeones sobre un montón de basura, que era tal como yo me sentía, y leí todo el evangelio de Marcos. Comencé a leer la Biblia porque tenía mucho tiempo libre para hacerlo. Pero la Biblia no es solamente tinta sobre papel. Es el mismísimo aliento de Dios, más afilado que toda espada de doble filo, y dejó expuesto mi pecado.

‪Un par de semanas más tarde me llamaron a la enfermería. Me esposaron, encadenaron mis manos alrededor de mi cintura y juntaron mis pies con grilletes. Me arrastré hasta dentro, y sabía que algo no estaba bien. La enfermera estaba incómoda, luchaba por encontrar las palabras, y finalmente lo escribió en un trozo de papel: VIH+. Los días tras este diagnóstico fueron oscuros y solitarios. Me condenaron a seis años, ciertamente mucho mejor que de diez años a toda la vida, pero las noticias de mi VIH se sentían como una sentencia de muerte.

‪Una noche, acostado en mi cama, pude distinguir una frase entre las profanidades escritas en la litera de metal encima mío:

‪“Si estás aburrido, lee Jeremías 29:11”:

‪“Porque Yo sé los planes que tengo para ustedes, ‘declara el SEÑOR’, planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza”.

‪En el punto de menos esperanza de mi vida, Dios me dijo que, sin importar quién fuese y lo que hubiese hecho en el pasado, todavía tenía un plan para mí.

‪Una transformación gradual

‪Mi transformación fue gradual. Dios me estaba convenciendo de pecado, pero no quería dejar mi identidad sexual. Busqué la bendición para una relación gay monógama en cada versículo y capítulo de la Biblia. No pude encontrar nada. También me di cuenta de que el amor incondicional no es lo mismo que la aprobación incondicional de mi comportamiento.

Mi identidad no es no ser gay o ser un antiguo gay, ni siquiera ser heterosexual en lo que a eso respecta, sino que mi única identidad como hijo del Dios viviente debe estar solamente en Jesucristo. Había que tomar una decisión: abandonar a Dios y buscar una relación gay, o abandonar la búsqueda de una relación gay (liberándome de mis deseos por el mismo sexo) y vivir como un seguidor de Jesucristo. Mi decisión era obvia. Elegí a Dios.

‪Solía pensar que para complacer a este Dios cristiano, me tenía que convertir en alguien “normal”, que tenía que convertirme en heterosexual. Pero incluso los que tienen sentimientos heterosexuales luchan contra el pecado; ese no debía ser el objetivo. Nuestro objetivo como cristianos, sin importar los sentimientos que tengamos, debe ser la santidad. Al comenzar a vivir esta vida de rendición y obediencia, Dios me llamó al ministerio a tiempo completo, mientras estaba en prisión. Dios hizo también otro milagro: acortó mi sentencia de seis años a tres, algo prácticamente inaudito en el sistema federal.

Fui liberado de prisión en julio del 2001, y al mes siguiente empecé a tomar clases en el Moody Bible Institute. Me gradué de Moody en el 2005 y continué estudiando para conseguir mi maestría de arte en exégesis bíblica en la Wheaton College Graduate School, y recientemente recibí mi doctorado de ministerio del Bethel Seminary. También tuve el inmenso honor de ser co-autor de un libro junto con mi madre llamado “Desde un país lejano: “Ya no vivo yo: La travesía de un hijo homosexual a Dios. La búsqueda de esperanza de una madre quebrantada”, y ahora estoy de vuelta en Moody, enseñando en el departamento de Biblia. Pasé de prisionero a profesor, ¿qué tal queda eso como currículum?

Los padres cristianos de la LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales) o de hijos con atracción por el mismo sexo, a menudo se sienten solos y a veces desbordados con la culpa. Pero, no es culpa de ellos. La paternidad perfecta no garantiza hijos perfectos. El trabajo de los padres cristianos no es producir hijos piadosos, sino ser padres piadosos, amar a sus hijos, y apuntarlos hacia una vida de discipulado costoso. Si mis padres no hubiesen vivido el evangelio en su relación conmigo, yo no estaría aquí. Iglesia, caminemos junto con nuestros padres y nuestros hijos, sin importar con qué pecado estén luchando, y apuntémosles al evangelio dador de vida de Jesucristo.


Publicado originalmente para ERLC. Traducido por Manuel Bento.
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