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El viernes 26 de Junio pasará a la historia como el día en que la nación más poderosa del mundo decidió ignorar la sabiduría de los siglos y aprobar el matrimonio homosexual. Los jueces de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos decidieron ignorar al Juez Supremo y declarar como justo, legal, y moral que dos hombres o dos mujeres puedan constituir una familia ante los organismos gubernamentales. Como otros han dicho mejor de lo que yo pudiera, esto no es solo una afrenta contra la verdad revelada del Creador: es ignorar el orden de la creación.

Las consecuencias más profundas no se verán hoy ni mañana. Sí, el internet se llenó de fotos multicolores; las grandes compañías y personalidades estallaron en gozo; y muchos que no han pensado profundamente en estas cosas simplemente se unieron a la algarabía. La iglesia en Estados Unidos reaccionó en oposición, con un profundo dolor por ver a su nación tomando decisiones tan nefastas. Los tibios y los tímidos, que se cuentan entre las filas de cristianos pero no visten la túnica de Cristo, se quedaron, en su gran mayoría, en silencio.

Por su parte, la iglesia hispana se ha unido al dolor de sus hermanos norteamericanos. Así nos enseñó el apóstol: cuando un miembro del cuerpo se duele, todo el cuerpo siente el dolor. Pero no podemos pensar que Argentina y Uruguay serán la excepción para siempre. Estos dos se unen a España y ciertas regiones de México como los únicos países hispanos que hoy reconocen legalmente el matrimonio homosexual. Pero no será así para siempre. Me atrevería a decir que no será así en poco tiempo.

Nuestros países sienten una presión cada vez mayor de las grandes potencias. En mi República Dominicana, donde la agenda “progresista” ha sido una y otra vez derrotada, el gobierno de Estados Unidos envió a un embajador homosexual, de la mano de su esposo, para avanzar la agenda LBGT. De diversas formas, todos nuestros países están sintiendo la presión de abrazar como normal el estilo de vida homosexual.

¿Estamos listos? ¿Estamos listos para negarnos a una pareja de homosexuales que pida membresía en nuestras congregaciones? ¿Para negar la admisión en nuestros seminarios? ¿Estamos listos para decir que no a prestar nuestros servicios como fotógrafos o músicos o cocineros en las bodas homosexuales? ¿Listos para el estigma social cada vez mayor? En el tercer mundo, donde las leyes son más maleables y las condenas de menos peso, puede que la eventual aprobación del matrimonio homosexual no traiga el mismo peso que las grandes potencias. Es más difícil de pensar que en cinco años en Colombia iglesias se vean obligadas a cerrar debido a las demandas de miembros que quieren ser casados por esos pastores; o que en Guatemala algunos restaurantes se vean obligados a pagar grandes fianzas gubernamentales por no proveer el servicio de comidas en una boda de una pareja de lesbianas. Es más difícil, pero no es imposible. Tal vez no en cinco años, pero ¿qué tal en diez?

Y aquí una pregunta mayor, ¿estamos listos, teológica y espiritualmente, para presentar defensa de nuestra fe? ¿Para amar a nuestros prójimos homosexuales como a nosotros mismos? ¿Para ir a las universidades y los programas de televisión y los periódicos, y amar a los que promueven el estilo de vida homosexual al presentarle la verdad de Dios? ¿Estamos listos para bendecir a los que nos maldigan y amar a los que nos aborrezcan?

Gran parte de mí quiere decir que no, que la iglesia latinoamericana no está lista para el desafío. Que muchos nos acobardamos ante el desafío, prefiriendo quedarnos silentes en vez de defender el evangelio que nos salvó. Que muchos no han pensando en la profundidad de los efectos nocivos para la familia y la sociedad que da su bendición a tal aberración. Que todavía ponemos lo terciario en el primer lugar, y no nos atrevemos a trabajar junto a otros que son, genuinamente, hijos de Dios y predicadores del evangelio si no nos vemos ojo a ojo en cada doctrina. Que todavía hay demasiado catolicismo y religiosidad que engaña y hace ver la iglesia más grande de lo que verdaderamente es. Parte de mí siente que no estamos listos.

“No les ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres. Fiel es Dios, que no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que pueden soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que puedan resistir”, 1 Corintios 10:13.

Y no: en nuestras fuerzas, no lo estamos. Si los mejores de nosotros no pudieron velar una hora con el Maestro. Pero mayor es Cristo en nosotros. En medio de precipitosos cambios y una cultura cada vez más enemiga de nuestra fe, hay una Roca que no será conmovida, y una iglesia edificada sobre ella permanecerá. Está cayendo la lluvia. Vienen los torrentes. Los vientos azotarán nuestras casas. Como en los Estados Unidos, muchos que estaban pero no eran de la iglesia se van a apartar. Pero la iglesia verdadera permanecerá firme. Todo va a cambiar, y seremos afectados. Pero nuestra misión sigue siendo la misma. El llamado es el mismo. Vamos. Hagamos discípulos. Prediquemos el evangelio del perdón de pecados. Enseñemos el guardar todo lo que Él nos mandó, incluyendo la abstinencia sexual fuera del matrimonio entre un hombre y una mujer. Cristo está con nosotros hasta el fin del mundo. Y si Cristo está en nuestra barca, aunque afuera esté la peor tormenta, estamos en el lugar más seguro del universo.

“Te escribo estas cosas, esperando ir a verte pronto, pero en caso que me tarde, te escribo para que sepas cómo debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad. E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
El fue manifestado en la carne,
Vindicado en el Espíritu,
Contemplado por ángeles,
Proclamado entre las naciones,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria”, 1 Timoteo 3:14-16.

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