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Mi nombre es Fabienne. Soy una mujer. Y creo en el complementarianismo. He sido complementarianista por aproximadamente seis años. Ahí está. Lo dije. Ser complementarianista significa que creo que los hombres y las mujeres hemos sido creados diferentes. Creo que estamos diseñados para diferentes roles, y para reflejar las diferentes partes del carácter de Dios.

Como hace poco compartí, creo que es el momento de hablar. La verdad es que, a pesar de lo que algunos puedan pensar, esta creencia no nos ha empujado a estar encadenadas al fregadero de la cocina o a estar arrinconadas en una esquina. Más bien, he visto mujeres ser empoderadas y valoradas.

Error común

Cuando escuché por primera vez esta convicción que ahora abrazo, sentí ganas de vomitar. Y cada vez que la náusea pasaba, me quedaba con una sensación persistente de vergüenza. Yo creía la idea errónea de que ser complementarianista significaba abrazar un destino de estar sentada en una esquina siendo dócil y callada. Y me sentía avergonzada porque yo no tengo una personalidad tranquila y dócil, y no podía  dejar de notar que la enseñanza, la profecía y el conocimiento no son siempre las habilidades más valoradas durante la venta de pasteles de la iglesia. Gracias al Señor, trabajo en una iglesia que demolió los conceptos erróneos que había en mí. Trabajo para una pluralidad de liderazgo masculino en una iglesia complementarianista, y cada día voy a trabajar a uno de los trabajos más intelectualmente desafiantes que he tenido.

Dirijo el liderazgo estratégico en diversas áreas; con frecuencia me solicitan consejo y sabiduría (una locura, si me conoces), y mis líderes masculinos no solo identificaron mi don de enseñanza, sino que también me ayudaron a desarrollarlo y continúan abogando por ello. Si no fuera por su intervención complementarianista, yo no estaría ni cerca de ser la mujer que fui creada a ser.

Si mi colega masculino complementarianista no me hubiese desafiado a profundizar en la teología y en las Escrituras, todavía fuera superficial en mi fe. Si mi jefe varón complementarianista no me hubiese empujado a marcar la diferencia en nuestro personal, en nuestra iglesia y en nuestra nación, no me hubiese unido a la lucha, ni tampoco habría encontrado una voz y, Dios no lo quiera, podría haber llegado a desperdiciar mi vida. Mis líderes no me piden que me siente por ser mujer. Ellos me piden que abrace mi diseño, porque creen que el Reino de Dios necesita todo tipo de portadores de su imagen.

No del equipo suplente

Voy a ser sincera: cuando recibí por primera vez la invitación para dirigir en un rol “femenino”, sentí que estaba recibiendo un llamado para formar parte del equipo suplente. Cuando mis pastores me pidieron que soñara con la formación que necesitábamos para las mujeres en nuestra iglesia, yo lo que escuche fue que me centrara en el grupo secundario, mientras ellos dirigen a las personas “de verdad”. Ellos no estaban delegando esa tarea porque fuese menos importante; lo hacían por su creencia de que los hombres y las mujeres son diferentes, por lo que yo puedo agregar valor a la conversación por la forma en que fui creada. Las mujeres que están bajo mi liderazgo lucharon durante mucho tiempo, no porque los hombres en la iglesia no las valoraban, sino porque yo no las valoraba. Estaba demasiado ocupada queriendo jugar en el terreno de los hombres como para ver a las mujeres que estaban justo en frente de mí y que necesitaban desesperadamente los mismos dones y el diseño que Dios puso en mí.

Sinceramente, creo que he luchado por el derecho a hacer todo lo que los hombres  hacían porque, en lugares oscuros y profundos de mi corazón, yo creía que lo que ellos hacían era más valioso. No creía que una madre y ama de casa era tan valiosa como un ejecutivo. No creía que la sensibilidad emocional era tan valiosa como la capacidad de dirigir y liderar a otros. ¿Y qué tal si parte del clamor por tener acceso a los roles masculinos en el fondo de nuestros corazones se debe a que nosotras somos las que pensamos que los hombres y las mujeres no son iguales? ¿Y qué tal si nosotras somos las que pensamos que los roles masculinos son más valiosos que los roles femeninos? ¿No seremos nosotras las que creemos la mentira de que si nos “estancamos” en ministerios para mujeres no tendremos el poder de influir o cambiar la iglesia? Al centrarme en el desarrollo de las mujeres de nuestra iglesia he aprendido un par de cosas:

  • Las mujeres no son más tontas que los hombres.
  • Las mujeres pueden profundizar teológicamente tanto como los hombres.
  • Las mujeres pueden ser parte de cambiar el mundo.
  • Las mujeres tienen hambre de que las mujeres comiencen a tomarlas en serio.
  • Mi liderazgo masculino complementarianista nunca pensó lo contrario. Yo lo hice.
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