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Lo que aprendí en medio de la tempestad

“La voluntad de Dios no nos llevará donde Su gracia no pueda sostenernos”, Billy Graham.

Acababa de cumplir los 21 años de edad. Me encontraba en la flor de la juventud, con una familia que amaba Dios y se mantenía unida. Estaba camino a terminar mi carrera de educación con honores y tenía un trabajo que me gustaba.

Me iba bien en la vida. ¡Tenía mucho de que estar agradecida! Un día, inesperadamente, me tocó escuchar la noticia que nadie quiere oír. Mi mamá estaba enferma de cáncer….La temida palabra…¡Uno nunca está preparado para escuchar esa noticia!

Por los próximos tres años mi familia (no tan solo mi mamá) batalló contra esta terrible enfermedad, siguiendo tratamiento tras tratamiento. Fueron tiempos bien difíciles que probaron nuestro amor el uno por el otro y nos acercaron como familia. Finalmente al cabo de tres años, el Señor quiso llevarse a mi mamá a Su presencia.

Lo peor… y lo mejor

El cáncer fue lo peor y lo mejor que llegó a mi vida. Me enseñó a orar como nunca antes lo había hecho, llamando con desesperación a las puertas del cielo. Me permitió sentir en carne propia el verdadero significado de la verdad de que la iglesia es el cuerpo de Cristo, siendo los hermanos y hermanas nuestras manos y pies cuando no podíamos caminar más. Hizo el cielo real para mí y cambió para siempre la forma en la que leo el libro de Apocalipsis y los versículos que tienen que ver con aquel día esperado. Me enseñó a aferrarme a esa esperanza de gloria no solo como la luz al final del túnel de esta vida, sino la luz que alumbra cada uno de mis días. ¡Eso y muchas cosas más!

Pero una de las cosas que comprendí finalmente es lo que quiere decir la frase: “Dios nos da la gracia suficiente para cada día; ni más ni menos”. Él no nos da más de la que necesitamos, pues entonces nos veríamos tentados a sentir que podemos manejar la situación y a no depender de Él. Pero tampoco nos da menos, para que podamos resistir (cp. Pr. 30:8-9).

Cuando miro atrás recuerdo días en los que sentí que no daba más, y tal vez me vi tentada a preguntarme dónde estaba esa gracia prometida; sin embargo pasaba el día, y aun seguía en pie, ¡había sobrevivido! El Señor me había dado la gracia justa que necesitaba.

El mismo apóstol Pablo se aferró de esta promesa cuando el Señor le dijo: “Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”,  2 Corintios 12:9a. Si esto es así, entonces como dice Mateo 6:34: “Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas”.

Cuando finalizó este duro tiempo en mi vida, me propuse no callar respecto a las lecciones que el Señor me ha enseñado para que Su nombre sea glorificado:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque así como los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo”, 2 Corintios 1:3-5.

Es por eso, que a pesar de nuestras debilidades, y sin importar las pruebas que vengan a nuestras vidas, podemos decir junto con el apóstol Pablo: “Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí”,  2 Corintios 12:9b.

Y más aún “…Las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡grande es tu fidelidad! El Señor es mi porción —dice mi alma—por eso en El espero”. Lamentaciones 3:22-24.

Lo creo por su Palabra, y ahora lo creo por mi vida: Él siempre nos dará la gracia y nos sostendrá en medio de la tempestad. ¡Grande es Su fidelidad!

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