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Eran las seis de la tarde de un lunes. La avenida en donde vivo estaba cerrada por las barricadas. Mi papá nos llamó a la casa y nos dijo que acababa de salir del trabajo y que iba camino a casa caminando, porque no se podía manejar por culpa de las barricadas.

Un rato más tarde, empezamos a escuchar disparos cerca de nuestra residencia. Muchos disparos. Y luego gritos. Me preocupé. Tuve miedo de que le pasara algo a mi papá camino a casa. En ese momento, y por la gracia de Dios, hice lo único realmente útil que podía hacer en ese momento. No sólo lo único útil, sino también lo mejor que podía a hacer. Empecé a orar fervientemente. “Señor, tráelo bien a casa… te pido que llegue a casa”.

No he necesitado que me cuenten lo que ha sucedido en Venezuela. Lo he vivido. He visto la violencia, la represión, las protestas, las largas colas en los supermercados, las barricadas, la censura, la promoción de ideologías anticristianas por parte de grupos en el país, la escasez, la división, la inflación y mucho más. Son tantas las anécdotas que podría contarte…

La ciudad en donde vivo es una de las que se unió a las protestas que iniciaron en Febrero contra el gobierno. En mi zona, algunos protestantes radicales crearon barricadas en las avenidas y nos aislaron del resto de la ciudad durante casi dos meses.

Uno podía salir caminando de la zona de barricadas, pero los automóviles no podían transitar. Y como la avenida estaba muy insegura, prácticamente estuve como preso junto a mi familia en mi propia casa. En ese tiempo solo salí de mi casa algunas veces, siempre a lugares cerca de donde vivo, y procurando regresar antes de que oscureciera y el ambiente fuese más peligroso.

Durante esos meses hubo “batallas” cerca de donde vivo entre manifestantes y policías. A veces en la noche escuchaba disparos en la avenida. Además, de vez en cuando había largos apagones eléctricos en las noches, y se oían gritos y ruidos de violencia.

Hoy la situación está calmada en mi ciudad y ya han limpiado las calles, aunque en otras ciudades aún hay algunos focos de protestas, represión y violencia de vez en cuando. La crisis continúa.

En medio de las noches oscuras sin electricidad, en medio de toda esta crisis y del sentido de impotencia al ver tantas injusticas, solo por la gracia de Dios pude confiar en que Él no deja de vernos cuando todo está oscuro a nuestro alrededor (Salmo 139). En las noches más oscuras, nada brilla más que la Palabra de Dios.

Por supuesto, durante ese par de meses pensé en lo mucho que la iglesia venezolana necesita aprender sobre su rol en crisis políticas, y lo importante que es luchar por la justicia. Pero en la gracia de Dios, lo que constantemente me llenó de esperanza fue saber que aunque tantas cosas se escapaban de mi mano, nada se escapa de las manos de Dios.

A los que aman a Dios, los que son llamados por Él, todas las cosas les ayudan a bien. El Espíritu Santo intercede por nosotros, y Dios conoce muy bien la intención del Espíritu: que seamos cada día más como Jesús (cp. Romanos 8:26-29). Así que Dios usa todo —incluso las crisis políticas, económicas y sociales— para el bien de Sus hijos.

Los momentos difíciles son oportunidades para adentrarnos más en la Palabra de Dios, para predicar su palabra en medio de la dificultad, para conocer y deleitarnos en la sabiduría y soberanía de Dios, para aprender a confiar en Sus promesas, para intensificar en nosotros un anhelo por el cielo y para cosas como estas.

Pero seamos honestos: hay ocasiones en los que pasajes como Romanos 8 (que para mí es el capítulo más glorioso en toda la Biblia) pueden llegar a resultarnos fríos, y sus verdades distantes. Hay que admitir que aunque creemos con nuestras mentes que todas las cosas ayudan a los llamados por Dios, muchas veces no sentimos eso. Pero si de algo podemos estar seguros, es que somos hombres que han caído en pecado. Por eso nuestros sentimientos o sentidos pueden engañarnos. Pero, ¡qué bueno saber que Dios no miente! (Números 23:19). Él realmente tiene todo a nuestro alrededor bajo control (1 Crónicas 29:11-12).

Por designio de Su voluntad, Dios todo lo usa para nuestro bien, ¡incluyendo imperios y gobiernos que estén contrarios a Él! (Proverbios 21:1). Lo hace para buscar nuestra santidad y hacernos como Jesús, y es bueno que lo haga porque nada nos hace más felices que ser santos y conocerlo a Él.

Si no fuese así, nosotros tendríamos todos los motivos del mundo para desesperar. Pero sabemos que es así. Sabemos que Dios es soberano y nuestro refugio en medio de la tempestad (Salmo 46).

Gracias a Dios, mi papá pudo llegar a casa sano y salvo aquel lunes. Y pronto, tú y yo estaremos a salvo en nuestro hogar, porque Dios es soberano y cuida de nosotros (aunque a veces no lo sintamos). Que Dios nos enseñe a confiar más en Él en medio de cualquier situación.

Entonces, ¿qué piensa un cristiano de la situación en Venezuela? Que nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place, y todo lo que Él hace, es bueno, aun cuando no siempre se sienta así.

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