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“Como con médula y grosura está saciada mi alma; y con labios jubilosos te alaba mi boca”, Salmos 63:5.

En este pasaje vemos a David en medio del desierto anhelando no solo suplir para sus necesidades físicas, pero entendiendo cómo éstas le recuerdan de su necesidad de Dios (v.1). Así en nuestra experiencia humana, la sed y el hambre nos hablan de la realidad de la existencia del agua y la comida para suplir precisamente para esas necesidades.

El salmista hace entonces memoria de estar en la presencia de Dios y anhela una vez más la gloria y el poder de Dios evidentes para él en el contexto de estar en Su santuario (v. 2).

Es porque Dios, en la predicación de Su Palabra y la adoración de Su Pueblo, nos permite apreciar la gloria de Su gracia que obra en nuestro favor. También, con Su gran poder nos abre los ojos espirituales para poder ver más allá de nuestros intereses e intenciones y valorarle aun sobre lo material y la vida misma (v.3). Esa respuesta de rendición a estas gloriosas verdades es la adoración misma (v.4).

Así como para David, nosotros hoy encontramos la paz y satisfacción del alma, en las buenas noticias del evangelio y en una forma especial también en el contexto de la comunidad de fe. Es ahí donde somos recordados que nuestros anhelos más profundos apuntan a la realidad de que fuimos creados por Dios y para Dios, y que la provisión de Dios en la obra de gracia de Su Hijo en nuestro favor nos da la libertad para que de día, en la madrugada, en las vigilias de la noche, o aun en el desierto como David, podemos estar libres para responder en adoración por Su maravillosa obra en nuestra vida (v. 8).

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.

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